Dentro de estos modelos encontramos la Blanquitud de las imágenes, un texto de Bolivar Echeverría que nos muestra a la "Blancura como un orden étnico, biológico y cultural". Por lo tanto con está blancura nos sumergimos en un mundo de discriminación y racismo, en donde todo tiene que ser blanco y los que no son como estos modelos a seguir, se tienen que hacer a la idea o bien ser también parte de la sociedad de la blanquitud.
Señala que el tipo de ser humano solicitado por el "espíritu del capitalismo" y la modernidad inspirada por éste no incluye, en principio, ninguna determinación racial. Sin embargo, la blancura que ha mostrado ese tipo humano en su realización histórica no es casual. Dicha blancura racial se impone como la modalidad humana aceptable y privilegiada y a ella se asocia una blanquitud cultural e ideológica que constituye un ethos icónico como principio de reificación de los privilegios y relieves. Blanquitud psicológica, social, incluso institucional que atraviesa el mundo histórico y exige a quienes no pertenecen a su matriz blanquearse para ser aceptados, aunque lleven inevitablemente la marca de su blanqueamiento. Blanquitud constituida como criba moderna para medir y excluir, definir y privilegiar, separar y distinguir a los seres humanos.
En "Encantamiento de la imagen y extravío de la mirada" presento un balance del sentido que hoy otorgamos a nuestras imágenes a partir de la proliferación mediática y mercantil que ocupa casi todo el territorio de nuestra iconicidad. Nuestras imágenes parecen definidas por la vaciedad y el desarraigo, y sustentadas sólo en su superficie formal y el efecto plástico que aparentemente provocan en la expectativa pública. Sostengo que la sociedad contemporánea ha producido una iconografía dominante que busca desarraigar su sentido de las inquietudes y necesidades sociales y humanas más acuciantes, aquellas que abordan las tradiciones culturales y los mitos más significativos. En su lugar, el campo mediático viene generando una iconografía de la vaciedad propia de una cultura comprometida casi exclusivamente con el mercado y el uso publicitario. de la imagen. Se trata de una tentativa crítica que ve el sentido icónico con- temporáneo como un proceso de extravío de mundo y vaciamiento del significado de la mirada.
El “espíritu”es una solicitación o un requerimiento ético emanado de la
economía. El “espíritu del capitalismo” consiste así en lademanda o petición que la vida práctica moderna, centradaen torno a la organización capitalista de la producción de la
riqueza social, de un tipo especial de comportamiento humano;de un tipo especial de humanidad, que sea capaz de adecuarse alas exigencias del mejor funcionamiento de esa vida capitalistaes importante señalar que la “santidad económicoreligiosa” que define a este “grado cero” de la identidad humana modernocapitalista, que caracteriza a este nuevo tipo de ser humano, es una “santidad”que debe ser visible, manifiesta; que necesita tener una perceptibilidad sensorial. Podemos llamar blanquitud a la visibilidad de la identidad ética capitalista entanto que ésta sobredeterminada por la blancura racial, pero por la blancura racial que se relativiza a sí misma al ejercer esa sobredeterminación. Es la compostura de los personajes, una compostura que denota blanquitud , y
no blancura de raza, lo que impresiona a la representación de la nueva dignidad
humana que hay en los numerosos retratos de burgueses u hombres modernos
en la pintura flamenca de los siglos XV y XVI.
Puede decirse, entonces, que un racismo identitario, promotor de la blanquitud
civilizatoria, que no de la blancura étnica, es decir, un racismo tolerante, dispuesto
a aceptar (condicionalmente) un buen número de rasgos raciales y “culturales”
alíen, “ajenos” o “extranjeros”, es constitutivo del tipo del ser humano modernocapitalista.
Sin embargo, por más “abierto” que sea, este racismo identitario de la modernidad
capitalista no deja de ser un racismo, y pueden fácilmente, en situaciones de
excepción, readoptar un radicalismo o fundamentalismo étnico virulento, como
lo veremos enseguida. El racismo étnico de la blancura, aparentemente superado por y en el racismo
civilizatorio o ético de la blanquitud, se encuentra siempre listo a retomar
su protagonismo tendencialmente discriminador eliminador del otro, siempre
dispuesto a reavivar su programa genocida.
A comienzos del siglo XX, la gran mayoría de los alemanes de origen judío
cumplía todas las exigencias de la blanquitud, y lo hacía con creces: la
asimilación entusiasta y constructiva al mundo de la Europa moderna había
llevado a muchos de ellos incluso hasta el extremo de esa autotransformación
somática de la Woody Allen hace burla en su película Zelig. Por esta razón,
la disfuncionalidad que la ideología nazi estaba interesada en encontrar en la
población judía respecto del nuevo proyecto nacional-socialista del estado
capitalista era una disfuncionalidad que sólo podía distinguirse y ser combatida
y extirpada si la realización de ese nuevo proyecto de estado.
Dos razones estrechamente ligadas entre sí permiten explicar que –no justificar–
el hecho de que el movimiento nazi encauzara la reafirmación racista de la
blancura étnica en el sentido de un antijudaísmo exacerbado: en primer lugar,
se trataba de un movimiento constitutivamente demagógico,
que disfraza con una retórica revolucionaria su intención profunda de tendencia
contrarrevolucionaria, y que necesitaba por lo tanto borrar de la percepción de
las masas revolucionarias, a las que engañaba, la evidencia de su continuismo
efectivo con el estado capitalista al que decía ataca.
El nazismo aprovecha el antijudaísmo tradicional de la pequeña burguesía europea,
que invierte a la carga valorativa de admiración, envidia de esta clase hacia los
judíos y la presenta como si fuera un desprecio-rechazo.
El racismo es un contenido programático de la producción artística promovida
excluyentemente por el estado nazi en Alemania. Se expresa en la producción de
un arte que se resguarda y protege ante lo que el pintor Adolf Ziegler –conocido
por sus colegas como el “pintor del bello público alemán” – llamó “arte
degenerado” y que no es otra cosa que el arte producido por el revolución de las
formas estéticas modernas que llevaban a cabo en esos años las vanguardias del
“arte moderno”, arte acusado de judaísmo y de comunismo (o “bolchevismo”,
como los nazis lo llamaban peyorativamente) el arte fomentado por el estado nazi
pretende, como lo afirma Albert Speer, el “arquitecto de cabecera” y preferido
de Hitler, retomar fuerzas de un retorno a las formas estéticas, clásica y a la
representación probadamente occidental del cuerpo humano.
La contrarrevolución política del movimiento nazi tuvo su equivalente en
la contrarrevolución del arte que se integró en él. Lo mismo que el nazismo
significó para la revolución europea su arte significó para la exploración formal
de las vanguardias del “arte moderno.
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